La creciente vulnerabilidad y exclusión de sectores cada vez mayores de población, implica un riesgo serio para el trabajo social en sus relaciones con la comunidad. En contextos de precariedad creciente, producida sistemáticamente por políticas ‘austericidas’, el trabajo social sucumbe a prácticas asistencialistas, paliativas y de control. También en la acción comunitaria del trabajo social. El riesgo de que las comunidades acaben supliendo lo que se no hace desde la administración pública, es un hecho. En no pocas ocasiones se ha utilizado el discurso de la participación social para legitimar procesos de privatización y precarización de los servicios sociales.
La tentación de cargar sobre la comunidad y las familias (o, mejor dicho, sobre las mujeres) las tareas de cuidado, es una realidad de muy vieja data. Las tendencias de las últimas décadas en las políticas de salud y de servicios sociales muestran la intensificación de tres procesos[i]: refamiliarización (permanencia y refuerzo de la familia como protagonista en primera instancia del cuidado y la protección); refeminización(permanencia y refuerzo de la mujer en las funciones de cuidado); y remercantilización (los servicios mercantiles y de seguros complementarios adelantan a la administración pública como prestadores de servicios). Frente a ello, “el reto es cómo conectar el abordaje de las situaciones de vulnerabilidad y exclusión y las consecuencias que tienen en la vida cotidiana de las personas, con la reivindicación política y la construcción como sujetos políticos dentro de movimientos sociales más amplios”[ii]. Porque nuestro modelo de servicios sociales siempre se ha caracterizado por la excesiva institucionalización y una estructura organizativa altamente burocratizada que ha fomentado la gestión puramente administrativa de los problemas sociales[iii]. Esto ha llevado a un trabajo social que responsabiliza a los individuos de sus problemas y centra la práctica profesional en el trabajo individual y familiar, abandonando lo comunitario.
Al menos son cuatro los vectores principales que han eclipsado el trabajo comunitario en nuestra profesión: la preeminencia de la intervención individualizada; la configuración de los servicios sociales a partir de la lógica de la demanda; el desarrollo de un sistema de servicios sociales parcelado, fragmentado y sectorizado; y la aplicación de sistemas de gestión de servicios que burocratizan la práctica profesional[iv]. Estos vectores han ido diluyendo la naturaleza axiológica (y por tanto ético-política) de nuestra profesión, pseudotecnificando una práctica cada vez más estereotipada y burocratizada, que se atrinchera en los despachos.
Todo esto se traduce en un tipo de práctica profesional comunitaria residual, con frecuencia focalizada en la coordinación de recursos (generalmente entre organizaciones formales con presencia en la comunidad), desde el protagonismo profesional o institucional, a fin de asegurar que las ‘ayudas’ se distribuyan a ‘quienes de verdad las necesitan’. Se ejerce así una función utilitarista e instrumental que responde a una lógica de merecimiento y control autoritario, que instala a priori la sospecha sobre el pobre.
Por eso es urgente repensar la rigidez de los servicios sociales, las funciones que hemos estado desarrollando en los últimos años, y sobre todo, hay que salir de la visión del servicio como dispensador de prestaciones exclusivamente. Este cambio afecta a las instituciones, pero también nos obliga a un profundo replanteamiento de la profesión de trabajo social[v]. Somos, en general, profesionales poco predispuestos a cambiar nosotros mismos. Somos, al menos en España, un colectivo profesional bastante poco participativo, a la vez que no dejamos de dar lecciones a la gente con la que trabajamos sobre la importancia de su participación y su necesaria implicación. ¿Cómo vamos a ser capaces de hacer cambiar a los demás si no somos capaces de cambiar nosotros mismos? A veces (no tantas como sería deseable o esperable) nos posicionamos frente a las injusticias globales, pero silenciamos las del propio sistema de protección social del que solemos ser partícipes y ejecutores. Nos quejamos de nuestros servicios cuando nos sentimos objetos de poder (cuando sentimos la opresión ejercida desde arriba), pero nuestro silencio es atronador cuando somos nosotros los sujetos de poder (cuando nosotras oprimimos hacia abajo).
Los servicios sociales, configurados en España como sistema subsidiario de las deficiencias de otros sistemas, son también un sistema que expulsa, culpabiliza, revictimiza, minoriza, estigmatiza y controla. Todo esto provoca en la población “la percepción de los servicios sociales no como aliado sino como amenaza/ausencia; significa que los servicios públicos no son parte de la solución, sino que son parte del problema”[vi]. El trabajo social tiene una importante ‘asignatura pendiente’ con los movimientos sociales: una relación tan necesaria como prácticamente inexistente, como tan acertadamente señala Judit Font:

Los discursos dominantes sobre la exclusión y sus narrativas que criminalizan la pobreza legitiman la dominación y normalizan la desigualdad. Se invisibilizan las contradicciones de un sistema que produce pobreza y genera desigualdades cada vez más abismales:

Este proceso discursivo hace que la práctica profesional transite de la lógica del derecho a la lógica de la oportunidad; instala el merecimiento como criterio de provisión de prestaciones; infantiliza la relación profesional (que es una forma, particularmente insidiosa, de minorización, dominación y ejercicio de poder profesional); normaliza y legitima la pobreza, culpabilizando a los pobres de su situación a la vez que exime absolutamente al sistema.
En este contexto de cambio y conflicto surgen, especialmente a partir de 2011, nuevos movimientos ciudadanos que constituyen una excelente fuente de aprendizaje social para recuperar y replantearnos, un trabajo social comunitario que responda al desafío ético y político que nos corresponde como profesión.
Continuará…

[i] Subirats, J. y Vilá, A. (2015). ¿Es la salud un tema estrictamente sanitario? Curar, cuidar y condicionantes sociales de salud. Revista de Treball Social, 206, 8-22.
[ii] Comissió de Treball Social Comunitari (2018). Treball Social Comunitari a debat. Reflexions i propostes en el context actual.Barcelona: Col.legi Oficial de Treball Social de Catalunya.
[iii] Cortés, F. (2003). Una aproximación a los planes comunitarios: una forma de organizar la comunidad para promover procesos de desarrollo social en el ámbito local social. Revista de Treball Social, 172: 6-40.
[iv] Ginesta, M. (2014). La intervención comunitaria desde los servicios sociales locales: de la pérdida al deseo; del deseo a la acción. Revista de Treball Social, 203, 50-62.
[v] Avilés, M., Rovira, M. y Bàrbara, B. (2014). El trabajo comunitario. Un reto para los servicios sociales básicos. Revista de Treball Social, 203: 63-75.
[vi] Font, J. (2014). Trabajo comunitario y movimientos sociales; una relación necesaria y poco existente. Revista de Treball Social, 203, 36-49.